jueves, 26 de septiembre de 2013

Es la fuente de Villamayor de Treviño. Ahí permanece testigo del tiempo. El olvido tal vez la hace más bella. Suena el agua pero hay más silencio. No sé si acude alguien a beber o llenar recipientes. El día que pasé fue como encontrar un lugar cercano, entrañable, íntimo..  
Hace años no había tiempo para que la hierba creciera.  Cada día había que acarrear agua con botijos, cántaros, calderos... nuestro agua potable. ¡No había más! salvo algún pozo en los corrales de las casas o huertos. La fuente nos dio salud y vida. En cada casa había un par de cántaros y un botijo siempre dispuesto. Un agua sana, nunca supe que a alguien le sentara mal. En el riachuelo que formaba continuo dirección al Odra, crecían los berros, los niños hacíamos presas un poco más abajo y buscábamos zonas húmedas para jugar al "pinque romero". También se hacía diversión cogiendo agua del caño y lanzando a los demás, el juego eterno los niños y el agua compañeros de picias de poca importancia.  Incontables los viajes que hacían las mujeres y los niños a la fuente, algún hombre...pocos, eran tiempos en los que "los hombres no hacían esas cosas", pero el viaje era largo dependiendo del domicilio de cada uno. Era característico el balanceo de los dos cántaros al caminar aprovechando como inercia el avance de cada pierna alternando el vaivén para caminar más cómodo. Pues sí, la fuente de Villamayor, se merece su cuidado y protección. Que siga siendo testigo del paso del tiempo y ahora que tenemos agua corriente en casa, nos sirva para valorar el servicio que no hizo esta fuente durante muchos, muchos años.
Luis Miguel Avendaño

jueves, 5 de septiembre de 2013

A Valentin


La noticia cae como un jarro de agua fría en nuestras almas, un accidente es lo de menos, pero sólo hay uno que es mortal. Pasamos la vida machacándonos las manos en el campo en la casa con las manualidades, atrás quedaron los tiempos del arado romano, el acarreo, las trillas, llevar a pacer al ganado, luego vino la modernidad con los tractores, las cosechadoras, y todo artilugio que se va acumulando... el trabajo no en vano, siegue siendo duro y alguna vez sentí a un conciudadano decir sobre los golpes y los accidentes..."las coces que da la vida".

Un día esto va a más y de repente todo se detiene y dejas de percibir la luz antes de poderte despedir de nadie ni de nada. Dejas tu vida a la puerta de casa. Naciste y te criaste en un mundo de labradores y así nos dejas, cuidando tu casa y para acabar mostrándonos la fugacidad de la vida. La luz que dejan pasar los visillos ya no transmite tu figura, pero sí tu alma. Sembrar y recoger para vivir tu y los tuyos. Este ciclo se rompe cuando ya el premio de los años sólo te queda para disfrutar de tu jubilación y echando una mano en lo que se puede.

Tengo lejanos recuerdos de Valentin, pero el más claro es su mirada: bonachón y un hombre justo. Hemos vivido en la misma casa durante años y esto es como haber viajado al mismo sitio pero en épocas diferentes, así pues, hemos compartido paisaje urbano-rural y horizontes.

Paso con poca frecuencia por mi pueblo, pero no dejo de emocionarme cuando recorro sus calles a las que les pongo imágenes del pasado, las líneas coinciden pero las fachadas y muchos aspectos se tornaron modernos, con otro aire. Seguirán en pie la plaza, las calles, las callejuelas y callejones, los senderos, los corrales, las tapias de adobe, la torre con su iglesia, las bodegas, alguna casa enjalbegada y piedras donde sentarse a la fresca. Y seguirán los términos el frechoso, las olmedas, la cabañuela, la redonda, rubiñas, el cerquito,  la meca...como lugares invisibles de los que tan solo podemos hablar quienes lo hemos vivido.
Ahora, la próxima vez que cruce la Calle Real te recordaré y sellaré los afectos y el cariño para siempre.